Como inversor desde 2015 y futuro asesor financiero creo que es justo decir que depende. Quizás la afirmación sea un poco incendiaria para el sector financiero, pero permítanme desarrollar mis argumentos.

Un asesor financiero ofrece un servicio personalizado, detallado, adaptado a las necesidades del cliente y adaptado a su evolución personal y laboral. En mi opinión, esta es la ventaja fundamental.

El asesor crea y gestiona la cartera financiera del cliente, adaptándola a las situaciones personales, sociales y económicas del entorno. Por ejemplo, las necesidades económicas al inicio de una carrera profesional son muy diferentes a las de un pensionista, como mujer soltera o soltera, o como padre o madre de familia numerosa.

Los clientes pueden tener poco interés en las finanzas, o tener tiempo limitado para gestionar adecuadamente su cartera, o miedo a invertir por diferentes motivos.

Los argumentos anteriores ayudan a justificar un servicio de asesoramiento profesional, sin embargo, con un poco de interés en los bonos y un poco de investigación, se pueden conseguir resultados muy favorables, si no superiores.

Dos recetas que podrían poner en peligro el valor añadido de un asesor financiero:

  1. Una solución sencilla. Invierta en algunos fondos mutuos pasivos e indexados y realice contribuciones periódicas independientemente del estado de los mercados. Por ejemplo, S&P 500 (40%), Euro Stock 600 (20%) y bonos soberanos (40%)
  2. Una solución más avanzada. Cree una cuenta de corredor (por ejemplo, en Interactive Brokers) y cree una cartera de ETF y vuelva a realizar contribuciones independientemente del estado del mercado. Los ETF pueden ser la misma combinación mencionada anteriormente. Esta segunda opción añade liquidez y flexibilidad a la cartera.

Me atrevo a decir que estas dos soluciones proporcionarían rendimientos positivos garantizados en un horizonte de 10 años.

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